A partir del relato de la negociación en los puertos de Buenos Aires, el ex secretario de la CGT hace una historia de cómo los gobiernos pusieron o no el eje en la cuestión del empleo.
ay un sesgo distintivo que da mayor realce y cualidad al acuerdo que se alcanzó en el Puerto Federal de Buenos Aires: “Nadie se salva solo”. Esta unidad entre la concepción y la acción, entre el Estado Nacional y la Federación Marítima, Portuaria y de la Industria Naval, permitió la preservación de 800 puestos de trabajo en el ámbito portuario. Asimismo, implicó la defensa soberana en el manejo del comercio exterior, tantas veces debilitado frente a la impunidad histórica impuesta por el capital transnacional. Para la Fempinra, el antecedente cercano fue el año 2018, cuando uno de los holdings empresariales que opera en una de las terminales presentó un preventivo de crisis que amenazaba a más de 200 trabajadores con la pérdida de puestos de trabajo. Aquel invierno fue turbulento y “movido”, con asambleas, movilizaciones y piquetes que alteraron el funcionamiento normal en los accesos portuarios. Pero fue allí, gracias a la solidaridad y el aguante de los portuarios, donde se forjó la resistencia contra la prepotencia de las transnacionales. Porque si aquella pulseada se hubiera perdido, el presente habría sido muy distinto, y con cruenta desgracia para los trabajadores.
El pasado. La historia suele golpear con la vara disciplinaria más dura. Tras la caída del peronismo en el 76, el Estado fue desplazado de su participación hegemónica en las decisiones sociopolíticas prioritarias de la escena nacional. Para el sector portuario, marítimo y naval, este revulsivo tóxico en el destino del país condujo a una desregulación salvaje que devino en crónicas crisis que fueron erosionando el área hasta reducir a su mínima expresión la posibilidad de mediar en la exigencia de sus derechos. El avance de una ideología empeñada en el desmantelamiento de la organización portuaria se agudizó con el embate violento de la dictadura cívico-militar, que además incluyó el ataque a las organizaciones sindicales del ámbito a partir de la elaboración sistemática de acciones de exterminio, planes dirigidos a lograr la dispersión de los cuadros gremiales, persecuciones, encarcelamientos y la desaparición ignominiosa de numerosos compañeros. Democracia sin justicia social. La llegada de la democracia abrió un período de transición, pero no de evolución. La vieja oligarquía que se gestó en las actividades del puerto volvía a reflotar el antiguo unitarismo plasmado en los últimos años del siglo XIX, con el agravante de un contexto internacional fuertemente modelado por la globalización económica. Los resortes utilizados por el Proceso de Reorganización Nacional aún estaban arraigados culturalmente en la matriz neoliberal del Estado, lo que se vio potenciado por el desgarramiento de lo que fue, en su período de gloria, una eficaz acción sindical. Los 90 introdujeron un cambio de paradigma. En esos años se produjo la desmaterialización del Estado; la nueva década fue escenario de la coronación de la ideología neoliberal y el Consenso de Washington. Se desintegró la flota mercante y los puertos se entregaron a la voluntad de las multinacionales en nombre de un desarrollo que nunca llegó. La pérdida de los convenios de trabajo, la sangría de trabajadores, las circunstancias globalizantes impuestas por el capital, obligaron a los dirigentes sindicales a unificar criterios, cerrar filas y buscar el camino de la organización para comenzar una larga lucha en la recuperación de los principios rectores del movimiento obrero: la construcción de la conciencia nacional, la defensa irrestricta de los intereses nacionales y de la soberanía argentina en mares, ríos y puertos del país. No obstante, y a pesar del rumbo que comenzó a marcar la actividad de los sindicatos, el porteñismo unitario continuó imponiendo su matriz ideológica y cultural en torno a la cuestión portuaria. La centralización del puerto abrió viejas disputas con el resto del país, sobre todo porque el menemismo diversificó el transporte integral, situación que tuvo consecuencias trágicas no solo para los distintos sectores que se ocupaban de trasladar las cargas, sino también para las regiones productivas. Entre 2002 y el macrismo. El regreso de un gobierno de raigambre nacional, luego de la crisis de 2001, abrió esperanzas que a lo largo de una década padecieron idas y vueltas, y una andanada de decisiones contradictorias. Para entonces la Fempinra, luego de las dolorosas experiencias que demandaron un aprendizaje sufrido, ya estaba consolidada y unificada. Aun así, está claro que al sindicalismo argentino nadie le regaló nada. Empoderada por Perón, la dirigencia sindical nacional debió aprender a multiplicar sus experiencias a partir de dos ejes que fueron centrales en su historia: la resistencia y la lucha. Paradójicamente, tal como sucedió con el arrasamiento de la actividad sindical en el puerto de Buenos Aires, en los mares y ríos nacionales la Federación tuvo que aprender a vivir enfrentando la indiferencia de una gran parte de la población. Bajo la gestión del macrismo, el desafío de la Federación se multiplicó. El trabajo llevado a cabo durante años difíciles permitió fortalecer la madurez social, política y cultural, educando a los cuadros sindicales para enfrentar la acérrima adversidad. Así, en 2018 se le torció el brazo al capital concentrado en el puerto metropolitano. En paralelo, se demostró al gobierno de las corporaciones que, aun sin la presencia del Estado para terciar a favor de los trabajadores, la unidad estaba por encima del conflicto, como nos enseñó nuestro papa Francisco. Esa unidad de los de abajo estructuró la confianza y consolidó la convicción para enfrentar la injusticia. Así llegamos a la actual situación. La puja del capital mercenario pretendió volver a desarmar el núcleo vivo del principio sindical. Una estrategia empresarial que fracasó a todas luces porque la experiencia nos otorgó el saber necesario para actuar con inteligencia y madurez. Desde esta razón histórica pudimos articular con las autoridades de AGP, quienes de antemano eligieron intervenir, restableciendo el equilibrio en términos de relación de fuerzas con el poder empresarial. En este contexto toma relevancia lo que sostenía Perón: “No somos enemigos del capital, aun foráneo, que se dedica a su negocio, pero sí lo somos del capitalismo, aun argentino, que se erige en oligarquía para disputarle a la Nación el derecho a gobernarse por sí, y al Estado el privilegio de defender al país contra la ignominia o contra la tradición”. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que esta última batalla ganada representa un hito histórico instalado en el camino trazado por el general Perón. La unidad de acción y de concepción entre Estado y trabajadores es un arma extraordinariamente inigualable y eficaz para confrontar con las fuerzas inequitativas del capital transnacional. Se ha recuperado un peldaño en la escalera que nos conduce al ascenso de la justicia social. Por lo tanto, es necesario prestar atención a la dinámica de los frentes internos y no caer en la dispersión que nos llevó a nuestras horas más amargas. Hemos aprendido a través del dolor que implica la pérdida de cientos de puestos de trabajo, como ocurrió en los 90. El gobierno aprendió también de las lecciones que da la historia para no ser atropellado por los intereses del capital foráneo en contra del bien común. Los empresarios portuarios, ¿habrán aprendido? En todo caso, saben que en nuestro país existe un sindicalismo que conoce su historia y tiene capacidad de aprendizaje para no repetir errores del pasado. El fomento de la integración vertical atenta contra la soberanía económica y política de la Nación. Es imprescindible comprender que esa práctica antiética, en tanto promueve la centralización de la carga portuaria en una sola mano, atenta contra las economías regionales. Así, el logro de los últimos días nos ha permitido romper con esa compulsa liberal y comprender en profundidad que el bien social es el fin último de la economía del Estado. John William Cook, ex diputado nacional y hombre de Forja, afirmó que “nuestro país demuestra, con ejemplos que son permanentes a través de toda su historia, que cuando el gobierno estuvo en manos auténticamente populares y representativas de la voluntad popular mayoritaria es cuando tuvieron defensa tenaz los dogmas de la soberanía política y económica”. Nuestra lucha como organización sindical no se resume en la reivindicación; es también la lucha por darles encarnadura dura a la independencia económica y la justicia social. Porque puertos, vías navegables, industria naval, pesca y marina mercante deben ser las arterias inviolables para construir una nación políticamente soberana. *Secretario general de la CATT y de la Federación Marítima y Portuaria de la República Argentina.
Fuente : https://www.perfil.com/noticias/elobservador/la-leccion-aprendida-es-que-nadie-se-salva-solo.phtml